Hoy que te vas mis ojos se han cristalizado. Recorro mi cuarto con la mirada sentado en ese mismísimo sillón testigo de la eternidad. Volteo hacia la esquina, esa esquina en la que habitas tú y habita tu memoria, derramada en cientos de cursivas cicatrizadas bajo tu puño en un montón de papeles envejecidos.
A las seis de la tarde y sin permiso, entra por la ventana un rayo de luz que ilumina tu sonrisa. Comienzo a tocar música y volteas a verme inmóvil e incrédula. Mi canción, tu canción, golpea fuertemente cada una de las cuatro paredes que nos rodean, mientras el suelo tiembla y el aire debe estar enfriando porque veo en tu piel pequeñas erupciones de pasión, y tu garganta hace sinfonía con el suelo entreabriéndose y entrecerrándose, entrediciendo y entreintentando callar.
Te escucho murmurar pero no te entiendo. Mis yemas buscan en la oscuridad del baúl alguna de tus cartas. Siento algunas de fuego y algunas de aire, algunas de tierra y algunas de agua. Y una de ellas palpita entre los cuatro elementos, y sin verla la tomo y entrego, y comienzas a leerla con voz fracturada pero llena de esperanza. El eco resuena y cimbra la casa, y te escucho latir directo en mi alma. Te sonrío, y me sonríes, y mientras el reloj orbita alrededor de mí, me acerco a tus labios y con los míos navego por tu rostro recogiendo un par de lágrimas suicidas.
En mi boca sabes a sal, e intento hablar pero el aire en mi pecho se ha vuelto llamas, y consume lentamente mis venas hirviendo la sangre y el único oxígeno está encarnado bajo mis costillas, y mi corazón es el que habla y grita y busca que lo escuches… y me escuchas; me escuchas tan dentro de ti que en tus mejillas el invierno ahora es primavera, y en tus manos hay flores y el aroma de su belleza nos invita a bailar.
Me acerco a tu cuerpo, te hablo al oído y te digo: “Hoy que te vas, Yo también me voy”. Me sonríes, y te sonrío, como si fuéramos un par de estrellas binarias encontrando un equilibrio universal, y en ese mismo balance te vas y me voy y nos dejamos ir. Dejamos de existir como dos y nos convertimos en uno, y perdonamos como uno, sentimos como uno, queremos como uno, y amamos como uno, y nuestras vidas se vuelven solo una y nosotros… nosotros comenzamos a vivir.