Hay una frase en mi película favorita que dice: “La nostalgia es negación; es una falla en la imaginación romántica de las personas que encuentran difícil vivir con el presente.”
No sé si es el tinte romántico o nostálgico de la película, o el ambiente musical parisino: los viejos edificios, las angostas calles llenas de personas que quizá no tienen idea de hacia dónde van. Tal vez es algo de ello, tal vez es nada, pero al ver todas esas escenas involuntariamente pienso en María.
Debieron haber pasado ya alrededor de 5 años desde la última vez que la vi. Recuerdo ese día casi como una pintura con tintes impresionistas, el momento en el que un abrazo nos fundió, mientras en el cielo el sol moría y sus ojos se llenaban de lágrimas, como muriendo por dentro también. Habíamos estado juntos durante poco más de un año, y aunque he ido olvidando algunos detalles de nuestros días, jamás he podido olvidar la primera vez que una pregunta suya me dejó la boca vacía de palabras.
¿Me amas? Me preguntó, con un tono de voz esperanzado, pero a la vez inquisitivo. Tardé tanto en responder que por momentos llegué a escuchar sus latidos golpeando en su pecho, con fuerza y miedo a la vez.
¿La amo? Pensé; y pensé en mí y en ella, pero sobre todo en mi pasado y me metí en mis más profundas memorias y temores y en todos lados la vi a ella. Vi sus labios… esos labios de color rojo intenso, y sentí en mi boca su sabor tan penetrante y único. Y dibujé en mi mente nuestro primer beso; sentados en una banca dentro del patio de alguna amistad extinta.
Recuerdo acercarme a su rostro y rosar ligeramente sus labios, mientras en mi estómago sentía un montón de pequeñas explosiones de éxtasis, como cientos de mariposas muriendo y renaciendo dentro de mí. Me alejé de ella y abrí mis ojos y noté que los de ella seguían cerrados. Y siguieron cerrados quizá por 10 segundos, o 10 horas. Sentí cómo por dentro lloré con tanta fuerza que mis pulmones debieron desgarrarse. Sentía cómo el aire se volvía pesado y desesperado hurgué por cada rincón de mi ser buscando un trozo de mi pasado, pero al final sólo la vi a ella. Y la veía murmurar con los ojos cerrados, y con su mirada ausente me platicaba llena de esperanza todo un futuro a mi lado. Me hablaba sobre el cielo y sobre la luna; sobre un montón de líneas imaginarias que unían estrellas y cómo nosotros éramos ellas y con su dedo apuntaba a un hilo invisible que nos ataba fuertemente en el punto más profundo de nuestras entrañas.
Recordaba tanto mientras ella esperaba mi respuesta y me sentí desnudo y con miedo, y mis piernas temblaron tanto que debí asustarla. Las palabras dejaron de fluir como un río de hielo y con la boca entreabierta me quedé sin hablar. ¿Cómo podía explicarle que en ese mismo recuerdo comencé a amarla? ¿Cómo podía evitar el ridículo de verme tan vulnerable en tan poco tiempo? ¿Cómo podría acaso darle las gracias por lograr que por primera vez en mi vida me sintiera feliz en el presente? Y entonces reí, y reí tan fuerte que sin responder su pregunta ella se sintió satisfecha.
Y mientras escribo esto, estoy riendo y me pregunto, ¿en dónde estarás, María?, ¿pudiste encontrarte? Porque yo, sentado en este escritorio repleto de tantas palabras, sigo sin poder encontrarme. Y a veces, en días fríos como éste, no puedo escapar del pensamiento de que quizá… quizá sigo contigo.