Copenhague: canales entre la modernidad
Visité Copenhague del 30 de noviembre al 1 de diciembre de 2013
Con las maletas en los autos salimos rumbo a Copenhague, capital de Dinamarca, pasadas las 6 de la mañana. Fue un algo de odisea organizar transprote y hospedaje para 15 personas: tres coches, dos hostales, estacionamientos, puntos de reunión, etcétera. De nuevo felices por tener la oportunidad de manejar por las Autobahns alemanas nos dirijimos hacia Flensburg, ciudad límite con Dinamarca.
Existe otro camino más corto: cruzar por ferry desde Lübeck y llegar practicamente directo a Copenhague, pero por cuestiones de precios y de vista, decidimos tomar el camino largo, que incluía cruzar el tercer puente colgante más largo del mundo: el Storebæltsforbindelsen (perdón por el trabalenguas).
La primera sensación que ofrece Copenhague es la de una metrópoli con el tamaño perfecto –ni tan grande ni tan chica– para hacerla cómoda, fácil de conocer, y con suficiente oferta de restaurantes, eventos culturales, bares, museos, estatuas, edificios ; por otra parte las personas locales le dan gran vida a las calles y plazas y aunque es una ciudad que no brilla como la más turística, la calidez de la gente y la variedad de colores que ofrece son aspectos que te hacen caer rendido a sus pies.
La ciudad tiene también facetas totalmente opuestas. Por una parte existe el lado fancy: ir a la orilla del muelle Nyahavn y tomar un café entre daneses y edificios de colores. En la otra mano está la rebeldía y la libertad: un barrio llamado Christiania en donde se concentra la venta tolerada, mas no legal -tal como Amsterdam– de productos del Cannabis.
Culturalmente hay para todos los gustos: museos como el Museo Nacional, jardínes como los famosos Jardines Tívoli y su parque de atracciones, estatuas como la Sirenita, plazas o calles comerciales como Strøget, entre muchas cosas más.
Aunado a eso la infraestructura es impresionantemente funcional. Es la primera ciudad que me tocó visitar en donde los metros se conducen automáticamente, los baños públicos son gratuitos y están completamente limpios, y las calles lucen sin graffitis ni basura ni olores feos -hola París-. Personalmente este tipo de impresiones son primordiales a la hora de agarrarle gusto a un lugar.
De noche también es sorprendente. La gente danesa es cálida y sumamente platicadora. Están abiertos a los extranjeros y esto nos hizo disfrutar mucho más nuestra única noche en la capital vikinga.
Mención aparte merecen los Hot-Dogs que venden en esta ciudad. Qué delicia. Mejores no he probado.
Creo que lo que más me sorprendió y agrado es la cantidad de transporte verde que se utiliza en la ciudad. A diferencia de Amsterdam, en donde el uso de la bicicleta es agresivo y está saturado, en Copenhague la organización y fluidez coexisten en verdadera armonía. En las calles hay bastantes deportistas locales corriendo, desde que amanece hasta que oscurece.
Vaya, que no por nada Copenhague está reconocida como la mejor ciudad para vivir.