München: aventuras en el Oktoberfest
Visité München por primera vez del 1 al 4 de agosto de 2013
Era Octubre, el curso de alemán había terminado y antes de mudarnos a Hamburg y partir a nuestro viaje por el norte de Italia nos aventamos a cruzar practicamente toda Alemania para tener la experiencia del Oktoberfest.
Diría que después de Berlin, München es la ciudad más conocida de Alemania -algo tendrá que ver el equipo-. En términos de tamaño e importancia, sin embargo, se ubica en el tercer lugar, sólo detrás de la capital y Hamburg. Es una de las ciudades más turísticas de Alemania, aunque debo confesar que a pesar de haber estado tres noches ahí nuestra intención no era conocer los alrededores. Solamente queríamos conocer el Oktoberfest.
Ya habíamos leído y nos habían dicho que llegar tarde al Theresienwiese -lugar en donde se monta el festival- era un pecado y probablemente significaría no encontrar lugar. Por eso salimos temprano el primer día y pasada la mañana nos dirijimos desde Freising, pequeño pueblo en donde Manuel nos ofreció asilo, hacia la estación principal.
Vestidos tradicionalmente, con jeans y una playera, nos sentíamos excepcionalmente fuera de lugar. A nuestro alrededor todos traían o Lederhosen o Dirndl, esos trajecitos tradicionales en Baviera que podrían tomarse como el equivalente a ponerse botas y sombrero e ir a un concierto de Lalo Mora. A raíz de esa sensación de exclusión nos animamos a entrar a una tienda solamente para ver. Una vez puesto el Lederhosen no nos lo queríamos quitar, y temrinamos por comprarlo para mezclarnos con los locales. Tremenda decisión. A la fecha de hoy para nada me arrepiento del gasto. Lo he usado ya más de cinco veces en distintos festivales, se disfruta más del ambiente, y aparte ya tengo disfraz para los próximos 5 Halloweens. Eso sí es negocio.
El ambiente en el Oktoberfest es único. Aquí sí se la daré a los alemanes: tienen una habilidad increíble para tomar cerveza y permanecer de pie arriba de las mesas durante horas mientras en el fondo una banda toca desde música folclore hasta clásicos en inglés como Angels, Highway to Hell, entre otros.
El precio de la cerveza es elevado: generalmente se pagan entre 11 y 12€ por un Maß (tarro de un litro) incluyendo la propina para la mesera. Por eso vale la pena tomar algo antes para no tener que gastar tanto y aún así terminar hasta atrás.
Como cualquier cosa que involucre alcohol, nuestros días en el Oktoberfest no estuvieron excentos de aventuras. La primera noche tomamos un tren que, según nosotros, iba con dirección a Freising y en algún lugar de la nada se detuvo, todos se bajaron y tuvimos que seguirles el paso. Como película de terror, en menos de dos minutos la estación pasó de tener cien personas a estar completamente vacía. Sin abrigo, soportando un frío horrible, sin batería en los teléfonos y sin mucho dinero, caminamos por los alrededores de la estación y nos llevamos la sorpresa de que estábamos justo al costado del Allianz Arena, el estadio del Bayern. ¿Cómo llegamos hasta ahí? No tengo la menor idea.
La segunda noche fue un poco diferente porque al siguiente día teníamos que volver a atravesar Alemania para tomar nuestro vuelo hacia Milan. Esta vez revisamos antes las conexiones, las escribimos en un papel, y nos preparamos mentalmente para no volver a equivocarnos. No funcionó. Por alguna razón del destino tomamos el tren equivocado -nosotros insistimos que ése era el tren correcto- y nos dejó en Ingolstadt en lugar de seguir hacia el Norte. Inmediatamente nos acercamos a una máquina de boletos y vimos que el siguiente tren salía hasta dentro de dos horas. De nuevo con frío, sin un lugar para protegernos y a las 3 de la mañana, terminamos por meternos a un elevador para «refugiarnos»; dormimos por una hora tirados en el piso y congelándonos.
Afortunadamente alcanzamos a llegar a tiempo a nuestro vuelo y las dos noches más horribles de mi vida ahora las recuerdo como dos anécdotas muy divertidas qué contar. Con el Oktoberfest no se juega.